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Foto del escritorAntonio Ocaranza Fernández

Estados Unidos es más como nosotros

Publicado en Expansión el 8 de noviembre de 2024.


Las elecciones de México y Estados Unidos han dejado en claro que el espectro político de sus sociedades ha cambiado profundamente y ha otorgado a sus nuevos gobernantes un mandato de transformación que puede dejar un legado perdurable. La victoria de Claudia Sheinbaum y Donald Trump parece tener un patrón similar de restructuración política y de instituciones.


Los votantes estadounidenses han entregado a Trump un claro mandato para que pueda cumplir sus promesas de campaña respaldado por la mayoría republicana en el Senado y, quizá, en la Cámara de Representantes, lo que le permitirá pasar leyes con mayor facilidad que afectarán muchos aspectos comerciales, económicos y sociales. Considerando los problemas que ha tenido con jueces y con fiscales, una de sus principales obsesiones sería ampliar su influencia sobre el poder judicial. Si bien una reforma a la mexicana puede descartarse, Trump tiene la atribución de nominar candidatos a jueces de la Suprema Corte y de las Cortes de Apelaciones y de Distrito, que serían aprobados por el Senado republicano.


Sin duda, muchos empresarios recibirán con optimismo el proyecto económico de Trump que busca reducir los impuestos a las corporaciones, impulsar una amplia desregulación y defender sectores industriales de los estados del “cinturón oxidado” a los que debe su elección. No obstante, la interpretación del amplio mandato que obtuvo puede llevar al presidente Trump a tomar decisiones erráticas y caprichosas, como en su primer gobierno, y mantener en vilo a sectores exportadores y a inversiones con una simple declaración.

Como en México, el poder de Trump solo tendría como contrapeso su autolimitación o la capacidad de los empresarios de alinear sus objetivos a los del nuevo gobierno.


Otro elemento de coincidencia de las elecciones en Estados Unidos y México es la reconfiguración de las bases de apoyo de los partidos ganadores. El triunfo de Claudia Sheinbaum y de Donald Trump se dio, con diferencias de grado, con el respaldo de prácticamente todos sectores de la población. En México, segmentos no identificados con el voto tradicional de Morena, como la clase media o personas con altos estudios, respaldaron a Sheinbaum; mientras que, en Estados Unidos, Trump obtuvo un mayor porcentaje del voto latino del que logró en 2016 o 2020, lo mismo que ocurrió con jóvenes o afroamericanos, segmentos sobre los que demócratas fincaban su victoria. Por su parte, el sector laboral, que había sido el sustento del PRI y del Partido Demócrata, ha corrido a cobijarse en Morena y el Partido Republicano.


El regreso de Trump y la amplia mayoría que obtuvo Morena, demuestran lo difícil que ha sido para los partidos de oposición en Estados Unidos y México interpretar las inquietudes y angustias del electorado. Por eso, necesitan hacer una seria reflexión sobre dónde queda su sustento social y cómo recobrar segmentos de la población que les han dado la espaldaporque les tomará tiempo volver a ser lo suficientemente relevantes para el electorado y recuperar el voto mayoritario.


Lamentablemente, estas coincidencias no harán que relación la México-Estados Unidos sea más sencilla. El cumplimiento del programa de Trump tendrá un costo para México en materia de migración, intercambio comercial, relaciones con China y sus potenciales inversiones en nuestro país o crimen organizado y tráfico de fentanilo, sin mencionar las diferencias bilaterales existentes en energía, agricultura, telecomunicaciones, acero o aluminio.


Si un empresario está consternado porque en México el gobierno tenga el control absoluto del Congreso y la posibilidad de incidir en decisiones judiciales, hoy tiene un motivo adicional de preocupación: el principal socio comercial vive una situación similar. Quizá el único consuelo que le quede es que ya estará familiarizado con frases como “y no me vengan con eso de que la ley es la ley” o “al diablo con sus instituciones”, que Trump podría adoptar.




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The United States is becoming more like Mexico



Article published in Expansion, Novemberr 8, 2024.


The elections in Mexico and the United States have made it clear that the political spectrum in both societies has changed profoundly, granting their new leaders a transformative mandate that could leave a lasting legacy. The victory of Claudia Sheinbaum and Donald Trump appears to follow a similar pattern of political and institutional restructuring.


U.S. voters have given Trump a clear mandate to fulfill his campaign promises, supported by a Republican majority in the Senate and potentially in the House of Representatives, which will allow him to pass laws more easily that will impact many trade, economic, and social areas. Given his grievances with judges and prosecutors, one of his main goals will likely be to expand his influence over the judiciary. Although a reform similar to Mexico’s is unlikely, Trump has the power to nominate candidates for Supreme Court, Appellate Court, and District Court judgeships, who would be approved by the Republican-controlled Senate.


Many business leaders will undoubtedly welcome Trump’s economic agenda, which seeks to reduce corporate taxes, promote broad deregulation, and protect industrial sectors in the “Rust Belt” states to which he owes his election. However, Trump’s interpretation of his broad mandate could lead him to make erratic and capricious decisions, as seen during his first term, keeping export sectors and investments on edge with a single statement.


As in Mexico, Trump’s power would only be counterbalanced by his self-restraint or by the ability of business leaders to align their goals with those of the new administration.

Another similarity in the elections in the United States and Mexico is the reconfiguration of the support bases for the winning parties. The victories of Claudia Sheinbaum and Donald Trump were achieved, to varying degrees, with support from nearly all sectors of the population. In Mexico, segments not traditionally associated with her Morena’s Party vote, such as the middle class or highly educated individuals, supported Sheinbaum; while, in the United States, Trump won a higher percentage of the Latino vote than he did in 2016 or 2020, as well as more support from young people and African Americans, groups on which Democrats had counted for victory. Meanwhile, the labor sector, which had been the base of the PRI opposition party in Mexico and the Democratic Party in the U.S., has shifted to Morena and the Republican Party.


The return of Trump and the broad majority won by Morena show how difficult it has been for opposition parties in the United States and Mexico to understand the concerns and anxieties of the electorate. For this reason, they need to seriously reflect on where their social support lies and how to regain segments of the population that have turned away from them. It will take time for the opposition parties to become relevant enough for the electorate again and regain the majority vote.


Unfortunately, these similarities won’t make the U.S.-Mexico relationship any easier. Trump’s agenda will come at a cost to Mexico in areas such as migration, trade, relations with China and its potential investments in our country, organized crime, and fentanyl trafficking—not to mention existing bilateral differences in energy, agriculture, telecommunications, steel, and aluminum.


If a Mexican business leader is concerned about the government of Mexico having absolute control over Congress and the ability to influence judicial decisions, today they have an additional reason to worry: the country’s main trading partner is experiencing a similar situation. Perhaps the only consolation they might find is that they’re already familiar with phrases from former Presidente Lopez Obrador like, “don’t come at me with that ‘the law is the law’ stuff” or “to hell with your institutions,” which Trump might well adopt.





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