Aunque el presidente López Obrador haya ayudado a su victoria, los 35 millones de boletas electorales tachadas con su nombre le otorgan una gran legitimidad propia.
Ahora que ha ganado la presidencia de México con un amplio margen de votos a su favor, la conversación sobre Claudia Sheinbaum gira alrededor de la forma en que gobernará y, de manera especial, si será capaz de gobernar con independencia de su mentor y promotor político, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). En esta discusión se han planteado tres escenarios: el de los títeres del Maximato, el del rebelde de Lázaro Cárdenas, y el de Manuel González, el cuidador.
1.- La marioneta: según esta propuesta, López Obrador emulará a Plutarco Elías Calles, quien impuso a tres presidentes entre 1928 y 1934, y, como ex presidente, se convertirá en el verdadero poder detrás de la silla presidencial de Claudia Sheinbaum. Las decisiones y los acuerdos los seguirá haciendo López Obrador y se dirá, como en el Maximato, “aquí vive la presidenta y el que manda está en Palenque”. La presidenta vivirá a expensas del respaldo popular de AMLO y, sin bases de apoyo propias, se limitará a ser la ejecutora de su voluntad.
2.- La rebelde: como comandante suprema de las Fuerzas Armadas y con el poder de manejar el presupuesto de estados y gobierno federal, Sheinbaum se transferirá lealtades y simpatías que pertenecían a AMLO. Cortará el cordón umbilical que la liga a AMLO y como hizo Lázaro Cárdenas con Plutarco Elías Calles en abril de 1936, eliminará al presidente del mapa político y asumirá plenamente la dirección del movimiento de regeneración que será ahora moldeado con base en sus deseos y proyecto de nación.
3.- La cuidadora: Sheinbaum guardará la presidencia seis años para que uno de los hijos de AMLO, ya liberado de la prohibición de su padre de meterse en política, pueda heredarlo y, con la marca familiar, continuar con su legado. Este escenario es similar al vivido entre 1880 y 1884 cuando Manuel González asumió la presidencia para luego regresársela a su compadre Porfirio Díaz que, habiendo gobernado entre 1876 y 1880, estaba impedido de reelegirse. La especulación sobre este escenario la abrió el propio presidente López Obrador cuando, sin mayor necesidad, el 7 de junio señaló que una vez que deje el cargo sus hijos podrían participar en política. Esta posibilidad también cobra sentido al recodar el ofrecimiento que el precandidato de Morena, Marcelo Ebrard, hizo a Andrés Manuel López Beltrán, hijo del presidente, para asumir el cargo de Secretario de la Cuarta Transformación de haberse convertido en presidente. La integración de un hijo de AMLO al gobierno, sin duda, detonará especulaciones que debilitarán el liderazgo de Sheinbaum.
No creo que ninguno de estos escenarios se acerque a la forma que tomará la presidencia de Claudia Sheinbaum. Aunque el presidente López Obrador haya ayudado a su victoria, los 35 millones de boletas electorales tachadas con su nombre le otorgan una gran legitimidad propia. Sheinbaum no tiene por qué pelearse con el presidente para demostrar su independencia solo para alimentar el morbo de quienes no votaron por ella. La presidenta sabrá administrar sus tiempos y reconocer y agradecer el apoyo de su mentor, AMLO, pero eso no la convertirá en su títere. Como otros presidentes, Claudia Sheinbaum crecerá en su responsabilidad y adquirirá asertividad, aplomo e independencia.
Aunque Sheinbaum aprenda a ser ella, tendrá que superar el escollo de la revocación de mandato, a la conclusión de su tercer año de mandato, que quizá sus críticos usen para asustarla con la espada de Damocles de AMLO pendiendo de su cabeza. A su favor, Sheinbaum cuenta con tres fortalezas: 1.- Su condición de Jefa Suprema de las Fuerzas Armadas. 2.- El control de presupuesto del que dependen todos los gobernadores y la jefa de Gobierno de la Ciudad de México. 3.- La construcción de una base de apoyo propia entre los más de 25 gobernadores que fueron o serán electos entre 2024 y 2027 y los diputados que buscarán una curul en 2027.
México se acerca a un momento de cohabitación que no tiene que ver con líderes de diferentes gobiernos coexistiendo, como podría ser en otros regímenes, sino con líderes del mismo movimiento ajustándose, y a sus huestes, a un espacio nuevo y singular de la historia de México.
Muchos críticos de Sheinbaum cometerán un error si tratan de ver desavenencias entre ella y López Obrador cada vez que uno y otro ofrezcan opiniones diferentes. Quien quiera ver una zanja o grieta profunda entre ambos se desilusionará. No habrá unanimidad en sus proyectos pero, poco a poco, Sheinbaum construirá el país que ella cree que está llamada a ofrecer a los mexicanos y que responderá a la situación del México que le tocará gobernar.
Hoy no hay una definición clara de lo que será el gobierno de Claudia Sheinbaum, pero no será ni títere, ni rebelde, ni cuidadora de López Obrador. Será ella misma. Esperemos que sea lo que muchas mujeres mexicanas y la mayoría de los mexicanos desean: una presidenta que tome políticas y decisiones que vean por el bien del país.
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