Publicado en Spotlight Montreal el 8 de junio de 2023
La relación México-Canadá ha estado definida, desde sus orígenes, por su relación con Estados Unidos. Cuando uno compara el ensayo de Octavio Paz sobre México y Estados Unidos, en su libro Tiempo Nublado, con el libro del profesor canadiense Seymour Lipset, Continental Divide, las similitudes de las actitudes de México y Canadá hacia Estados Unidos son evidentes. Por su parte, el escritor canadiense Robertson Davies se refirió a México y Canadá como el paréntesis que contenía a Estados Unidos. Sin duda, el peso de la fuerza de gravedad que Estados Unidos ejerce sobre México y Canadá explica la relación bilateral entre estos últimos. Esta mecánica puede verse en la relación comercial México-Estados Unidos-Canadá.
La negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) se inició en 1990 como un tratado entre México y Estados Unidos. Su carácter trilateral es producto del temor canadiense a que Estados Unidos decidiera firmar una red de tratados bilaterales que minaran las condiciones del tratado que Canadá había firmado con Ronald Reagan a inicios de 1988. Para ilustrar este escenario, los canadienses usaban el término “hub and spoke”, que hacía referencia a la estructura de los aeropuertos donde, desde un solo punto, se desprenden varias terminales de abordaje. El profesor canadiense Maxwell Cameron lo planteaba de la siguiente manera: “Si Estados Unidos subsecuentemente concluye tratados separados con otros países, Canadá no obtendrá ningún beneficio de futuros acuerdos y, de hecho, perdería, ya que Estados Unidos se volvería más competitivo por el acceso preferencial a otros mercados e importaciones de menor costo. Estados Unidos, por lo tanto, se volvería más competitivo internacionalmente y sería capaz de incrementar su dominio sobre el continente como centro de este expansivo régimen comercial…”
Por eso, Canadá alzó la mano y solicitó entrar a la negociación para construir, con el TLCAN, un tratado regional. Esta decisión fue muy afortunada para México porque le permitió, poco a poco, construir una sinergia muy constructiva con Canadá, que dura hasta nuestros días, y que ha permitido a los dos países identificar y defender intereses comunes frente a Estados Unidos.
El presidente Donald Trump intentó romper el TLCAN y regresar a acuerdos comerciales bilaterales debido a su aversión por los tratados regionales y globales que establecen mecanismos de solución de controversias que obligan a Estados Unidos a ceder soberanía. Como México y Canadá se inclinan por el multilateralismo y desconfían de su vecino común, negociaron el Tratado México-Estados Unidos-Canadá (T-MEC) para defender el enfoque de integración regional y evitar que Trump, dividiéndolos, sacara la mejor tajada.
Aunque la relación comercial con Estados Unidos ha facilitado una relación entre México y Canadá más intensa, el mayor reto es superar la fuerza gravitacional que ejerce el primero para desarrollar una relación bilateral más independiente y enriquecedora. Hay que superar la visión de que la relación México-Canadá es residual, esto es, que se alimenta de aquello que queda después de cubrir las necesidades de su vinculación con Estados Unidos. Empresarios, medios de comunicación, académicos y otros sectores de México y Canadá, sacian primero el hambre de Estados Unidos que de otro país.
Sandra Fuentes-Berain, embajadora de México en Canadá entre 1993 y 1998, y detonadora de la relación México-Canadá moderna, predecía, en 1997, que la “alianza” bilateral debía incorporar dos elementos: continuidad y consistencia. Sigue teniendo razón. Todavía estamos muy lejos de aprovechar en su plenitud lo que dos sociedades tan afines y naturalmente unidas, se pueden ofrecer. Mucho se ha avanzado en la relación México-Canadá desde 1990, cuando el TLCAN obligó a vernos a los ojos. En aquel momento, había muy poco que justificara un tratado comercial entre México y Canadá, pero Estados Unidos fue el catalizador. No obstante, el desafío sigue siendo el mismo: generar una masa crítica de intereses y beneficios lo suficientemente amplia y profunda para que la relación entre México y Canadá adquiera una dinámica que pueda sortear el influencia de su relación con Estados Unidos. Construir un sólido puente que ligue a las dos naciones, sin intermediarios, sin pasar por Estados Unidos, sigue siendo el proyecto inconcluso que Fuentes-Berain proponía.
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